Recordaremos hoy series de animación "a la japonesa" tan adorables como "Heidi" o "Marco", que alegraron la infancia de los niños y niñas de los setenta, y que las teles y editoras de videos y deuvedés no se cansan de reeditar.
Empecemos con "Heidi": la pobrecilla, huérfana, cuando empieza a llevarse bien con su arisco abuelito y a la dura vida de la montaña, y superar disgustillos como los que le da la casquivana ovejita Copito de Nieve, y...¡van y se la llevan a la ciudad, a casa del Sr. Seseman, a educarla! Que sí, que es un señor muy bueno, pero que nunca está en casa. Que tiene una preciosa hijita, Clara, que está inválida. Y una institutriz muy arisca y coñazo, la Srta. Rottenmeier (se comprende que aún sea "Señorita"...¡vaya cardo!). El drama de esta serie, con final curativo para Clara, sólo es comparable a los avatares de la familia Ingals, de "La Casa de la Pradera".
Hacemos una mención especial a Pedro, el cabrero, un santo que siempre está dispuesto a ayudar a lo que sea (acarrear a Clara cuando visita a Heidi en las montañas, buscar cabras perdidas...). El muchacho se tiene ganado el cielo. ¡Pàrriba, p'arriba, Pedritooooo!
El colmo de la crueldad lo tenemos encarnado en la otra serie clásica de la animación nipona: "Marco", Vaya dramón. Vaya padre el de Marco, que deja a su hijo que vaya de Italia a Argentina en busca de su madre, solico con la única compañía de un monete , Amedio. "Marco" nos enseña cómo las pasa de putas el niño y el sufrido en tierra extraña.
¡Cuánto he sufrido en los setenta! Por eso me acuerdo tanto de las aventuras inocentes y despreocupadas de "Pepepótamo y Soso".